En restaurantes, bares y cafeterías la aromaterapia es como ese camarero simpático que siempre cae bien: aporta frescura, transmite higiene y hace que todo huela a gloria en vez de a fritanga.

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Un aroma bien elegido abre el apetito, mejora el humor y convierte una caña o un café rápido en una experiencia que deja huella en la nariz (y en la memoria).

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Y lo mejor: tu local pasa de ser “uno más” a ser “ese sitio al que hay que volver porque huele diferente”.

El aroma es la alfombra roja invisible. Un lobby perfumado dice “bienvenido al paraíso” antes incluso de que hables con recepción, y una habitación aromatizada susurra “relájate, aquí vas a dormir como un rey”.

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Además, tener un perfume propio es como tener un logo secreto: tu “huella olfativa”. Ese olor exclusivo que los clientes reconocen con los ojos cerrados y que asocian siempre con tu marca.

En discotecas, pubs, cines o teatros la aromaterapia es la DJ de las emociones: pone energía en la pista con aromas vibrantes, añade calidez en los momentos de relax y regala frescor en experiencias familiares.

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¿El resultado? Clientes que bailan, ríen, disfrutan y, sobre todo, quieren quedarse más rato… y repetir la experiencia la próxima vez.